José Manuel Vidal Gil y Antonio Zamora López
Asociación Calblanque

En las últimas décadas el Mar Menor ha pasado de ser una gran laguna litoral, sin ningún tipo de reconocimiento ni protección legal, a disponerse sobre él un sin fin de figuras de protección solapadas a todas las escalas geopolíticas pero... ¿ha servido para algo? La respuesta para muchos es no, o al menos muy poco. Otros dirán que como ocurre con las cremas antiarrugas es imposible saber si estarías peor en caso de no usarlas.

La triste realidad muestra, objetivamente, que la capacidad técnica y económica del momento, así como la caprichosa voluntad de los habitantes y sus representantes –humanos, porque el resto no opina, y tampoco todos- están detrás del devenir del Mar Menor, y lo están mucho más allá de toda normativa de protección ambiental que haya podido ser aprobada. Así, con mayor o menor intensidad pero sin pausa hasta nuestros días, vivimos incrédulos la saturación urbanística de los últimos rincones de nuestro pequeño gran mar, vemos como la pesca y todo tipo de usos náuticos se incrementan año tras año, por no hablar de la intensificación agrícola del entorno, que parece no tener final y preocupa especialmente en nuestro tiempo, posiblemente al poner en riesgo precisamente al resto de amenazas…. Y es que no nos engañemos, si los peces se mueren y la gente sale con urticarias de su baño mañanero no tendremos ni turismo, ni comida ni yates!.

Gran parte de nuestros conciudadanos de la Región manifiestan un enorme desconocimiento sobre la situación del Mar Menor, pocos saben la cantidad de metales pesados que pisan o los agroquímicos en los que se bañan, pero tampoco valoran por desgracia un tramo de costa sin urbanizar o una playa natural de conchitas, tan del mar Menor... Por el contrario parece molestar las grandes distancias hasta el chiringuito, o la ausencia de paseo marítimo kilométrico para bajar la cena, salvaje escala de valores la nuestra.

Según lo establecido, y poco conocido, en el art. 45.2 C.E: “los poderes públicos velarán por la utilización racional de todos los recursos naturales, con el fin de proteger y mejorar la calidad de vida y defender y restaurar el medio ambiente, apoyándose en la indispensable solidaridad colectiva”; más allá de distribuir responsabilidades sin duda este último término evoluciona en negativo en nuestras sociedades modernas, condicionándolo todo.

En gran parte del Mar Menor nuestro egoísmo y falta de empatía nos ha llevado a actuar como apisonadoras, aniquilando la flora, los paisajes y desahuciando a la fauna del lugar. Como resultado también hemos privado a las actuales y futuras generaciones de conocer algunos de los enclaves naturales que un día fueron relevantes en el Mar Menor (Entre ellos las desaparecidas salinas de los Narejos, las de los Córcoles, San Ginés, la playa de la Hita, el Pudrimel, el saladar de Los Urrutias, la Manga, etc.)  ¿Dónde han quedado aparcados los derechos de las generaciones futuras?

Por seguir con la tónica interrogativa, ¿quién no ha pensado, por no decir soñado, qué sería de ese cordón de arena que separa el Mar Menor del Mediterráneo si lo hubiésemos respetado? ¿Aunque fuera la mitad? ¿Qué saldría en los buscadores de internet si escribiésemos “La Manga del Mar Menor”? ¿Kilómetros de playas vírgenes? ¿Humedales paradisíacos? ¿Vida? -a modo de sugerencia, no hagan la prueba-. Sin ninguna duda seríamos un atractivo natural de primer orden en el ámbito Mediterráneo, no habría problemas de accesibilidad ni se plantearían absurdas pasarelas.

No es que vivamos en la ignorancia o en un cuento de hadas, es que vivimos en un mundo surrealista, donde los grandes desastres, naturales o no, son maquillados y ocultados por unos pocos. Es aquí donde debemos hacer referencia y “felicitar” a todas aquellas personas que ingenian mecanismos para llamar y dirigir la atención de la sociedad hacia sus intereses particulares. Un claro ejemplo son las exhibiciones de acrobacias aéreas por parte de aviones militares que se organizan sobre la laguna, mirar al cielo evita hacerlo hacia delante y ver la realidad que nos sobrecoge. Por favor, no miremos para otro lado… nuestros ecosistemas “marminorenses” se encuentran en peligro.

Por tanto desde 1960 no ha habido ninguna modificación en el modelo de desarrollo de la comarca, y tampoco parece haber surtido mucho efecto la normativa de protección ambiental aprobada a partir de los 90, como hubiera sido deseable y por otro lado teníamos obligación.

En este mismo año 2015, la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia anuncia una Inversión Territorial Integrada para el Mar Menor con un presupuesto de 45 millones de euros que, según la Comunidad Autónoma “supondrá la solución definitiva a los problemas de un enclave único en la costa mediterránea europea”. La inversión se dirigirá a mejorar la calidad de agua de la laguna y fomentar el turismo sostenible en el humedal, pero  ¿será ésta la fórmula decisiva de la crema rejuvenecedora que necesita el Mar Menor? ¿O asistiremos de nuevo resignados a la ejecución de inversiones faraónicas basadas en modelos de desarrollo caducos que no aportan soluciones reales y sostenibles a la laguna?

Creemos que estamos a tiempo, pero pedimos un Pacto por el Mar Menor, una regulación de usos efectiva, protección de la laguna frente a contaminantes de todo tipo y la recuperación de actividades respetuosas con el medio ambiente, en definitiva un cambio de modelo para un mar vivo, con peces y personas.