Hamelin y el Mar Menor

Carlos F. Iracheta
Arquitecto
 
Allá por los años 60 del siglo pasado, una compañía de teatro “aficionado” llamada Los Goliardos, representó en Madrid por primera y única vez, por mor de la censura franquista a la que no le gustó que un militar llevara un parche en el ojo, una obra titulada El retablillo del Flautista. La obra trataba de cómo los habitantes de Hamelin reclamaron la presencia de un afamado flautista para que al sonido de su flauta se llevara la plaga de ratas que invadía la ciudad. Dicho y hecho, la ciudad se vio limpia de tan dañinos roedores.

Pero hete aquí que las fuerzas vivas alzaron su protesta ante tamaño desatino que afectaba a sus intereses económicos, el farmacéutico no vendía el medicamento sanador, el droguero matarratas, el médico sin enfermos consecuentes, el cura no elevaba plegarias, las fuerzas armadas eran privadas del empleo exterminador de sus armas y así el resto de fuerzas vivas. El Alcalde, preso de patas en él, no tuvo más remedio que reclamar la presencia del flautista para que devolviera las ratas a la ciudad y tener la fiesta en paz.

El Mar Menor, allá por los años 80 del pasado siglo y no analizaremos ahora el porqué, presentaba dos aspectos preocupantes, uno invisible como era la contaminación y otro visible como era la proliferación de las medusas “huevo frito” inofensivas pero molestas, bellas y repugnantes. A partir del año 2000 más o menos, su población se llegó a estimar en alrededor de 70 millones de unidades gracias a que el Mar Menor se había convertido en un caldo de cultivo ad hoc para su reproducción.

Casi nadie se preguntaba que tenía ese caldo de cultivo que no tuviera antes, sino que se trataba de una especie invasora que había que eliminar porque no era buena para bañistas, veraneantes, hosteleros, pescadores, navegantes y otros especímenes.

Las autoridades tomaron medidas drásticas para eliminar tan impopular celentéreo, redes de arrastre para su captura y eliminación, que era algo así como la “bufa de la gamba” puesto que su extracción apenas disminuía su presencia y redes acotando las zonas de baño para defensa del bañista.

Nadie o casi nadie advirtió entonces que la eliminación de más de 70 millones de microdepuradoras en forma de medusas, podría afectar a un ecosistema muy frágil que se mantenía en equilibrio, inestable pero en equilibrio, gracias a los molestos celentéreos. No se quería reconocer que la proliferación de medusas era debida precisamente a la carga contaminante de la laguna ni mucho menos denunciar sus causas.

Pero llego el momento en que las medusas se hartaron de trabajar, probablemente por el trato injusto que se les daba y la falta de reconocimiento de la especie humana a su labor y claro está, por el exceso de la carga de trabajo. Ya no podían más y tomaron las de Villadiego ¡nos vamos, no nos reproducimos más! y que estos desagradecidos se las arreglen como puedan.

Se produce el crash, el desastre, el caldo de cultivo se convierte en la sopa verde y estalla el conflicto entre productores y usuarios.

El imaginario flautista había eliminado las medusas y las autoridades tomaron su primera medida, si ya no había medusas ya no eran necesarias las redes de arrastre ni las de protección de bañistas y eso que nos ahorramos, un pastón. ¡Ni hablar! clamó el contratista, no nos vamos a comer con patatas fritas las redes, si no hay medusas habrá que inventarlas. De la misma forma la comunidad científica reivindica la vuelta de las medusas, fue un error intentar eliminarlas, gracias a ellas la contaminación del Mar Menor no dio la cara antes, como ya advirtieron algunos.

Complementariamente había que atajar las causas, los malditos vertidos, nitratos, sulfatos y salmueras ¿Cómo? Pues antes de actuar contra el origen de la contaminación había que actuar contra sus subproductos, sus residuos, a base de hormigón que es lo que da dinerito a ganar, emisarios, tanques de tormenta, salmueroductos, canalizaciones, centrales de bombeo, balsas de almacenamiento, espigones, regeneración de playas. De nuevo se hacía necesaria la actuación del flautista ante unas medidas repudiadas en parte por científicos y ecologistas. Pero fue tocar la primera nota de la flauta que contratistas, empresarios y agricultores hicieron sonar la suya ¡es la economía, estúpidos! y de nuevo el flautista tuvo que tomar las de Hamelin para dejar las cosas como estaban.

Y es que aunque todo son responsabilidades, nunca hay responsables, ni por acción ni por omisión, políticos, altos cargos, funcionarios, productores, agricultores, constructores, iluminados varios e incluso parte de la obediente comunidad científica y por supuesto usuarios (el silencio de los corderos).

En el fondo, estamos donde consecuentemente nos lleva este neocapitalismo liberal e irracional que nos invade, a la lucha entre intereses económicos enfrentados, el de los contaminadores y el de los damnificados. Intereses ambos a los que en el fondo les trae sin cuidado la ecología y el medio ambiente, lo que importa es que el Mar Menor luzca bonito para el negocio del turista, aunque la mierda se oculte bajo la alfombra.